El presidente de Serbia afronta su mayor pulso en la calle: «Ahora gente que no es ni estudiante ni profesor se ha empezado a organizar»

<p>Decenas de miles de estudiantes y ciudadanos descontentos en general se han congregado en <strong>Belgrado</strong> para exigir elecciones anticipadas y el fin a 12 años de Gobierno del presidente <strong>Aleksandar Vucic</strong>. Los opositores lo acusan de corrupción y represión mediática. Entre la multitud, pancartas con lemas como «universidad rebelde». Entre los jóvenes, trabajadores y amas de casa llegados de distintos barrios de la capital y otras localidades. <strong>El pulso contra el presidente ya es una cuestión nacional.</strong></p>

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 Universitarios y opositores dan un ultimátum a Aleksandar Vucic para que convoque elecciones anticipadas  

Decenas de miles de estudiantes y ciudadanos descontentos en general se han congregado en Belgrado para exigir elecciones anticipadas y el fin a 12 años de Gobierno del presidente Aleksandar Vucic. Los opositores lo acusan de corrupción y represión mediática. Entre la multitud, pancartas con lemas como «universidad rebelde». Entre los jóvenes, trabajadores y amas de casa llegados de distintos barrios de la capital y otras localidades. El pulso contra el presidente ya es una cuestión nacional.

Vucic, un ex nacionalista extremista, se ha vuelto cada vez más autoritario desde que llegó al poder hace más de una década. Igual que Vladimir Putin cuando encaró las primeras manifestaciones masivas en 2011, ahora denuncia que hay potencias extranjeras detrás de las protestas. Está dispuesto a resistir y tiene músculo político para hacerlo: su coalición, liderada por el Partido Progresista, posee 156 de los 250 escaños parlamentarios y un amplio dominio de los medios de comunicación y la justicia.

Pese a la creciente presión de las autoridades, los estudiantes serbios han lanzado un «ultimátum» al gobierno para que convoque elecciones anticipadas que expira al caer la noche. «Si las demandas planteadas no se cumplen en el plazo establecido, esperamos que los ciudadanos de Serbia estén dispuestos a adoptar todas las medidas de desobediencia civil para proteger su derecho fundamental a un sistema democrático», habían escrito los estudiantes en una carta abierta al Gobierno serbio.

La plaza Slavija y la avenida Nemanjina, donde se encuentran la mayoría de las oficinas gubernamentales, se han convertido en el hervidero de recurrentes protestas. Son ya ocho meses de movilizaciones, durante las cuales estudiantes y ciudadanos han exigido responsabilidades políticas y penales por el colapso el pasado noviembre de una marquesina en la entrada de la estación de tren de Novi Sad, en la que murieron 16 personas. Desde ese 1 de noviembre el lema de la protesta es: «La corrupción mata».

El presidente ha mostrado su deseo de que Serbia se una a la Unión Europea. Pero los opositores denuncian que está degradando las libertades democráticas y fortaleciendo sus lazos con Rusia y China. En mayo acudió al desfile militar de Putin por el Día de la Victoria, un evento boicoteado por la mayoría de los líderes europeos.

La indignación escaló varios enteros cuando algunos manifestantes fueron golpeados en marzo. Los agentes utilizaron un arma sónica contra manifestantes pacíficos, aunque las autoridades lo niegan. Una acampada brotó después en la intersección con la presidencia del gobierno, el Ministerio de Exteriores y el Ministerio de Defensa. Unas ruinas dejan ahí testimonio del bombardeo de la OTAN en 1999, el edificio del Estado Mayor sigue destripado bajo el intenso sol de este seco junio en Belgrado. «El gran éxito de esta protesta es que ahora gente que no es ni estudiante ni profesor se ha empezado a organizar», explica Sofía, estudiante de la Facultad de Estudios de Defensa Estratégica.

Los profesores se han convertido en el mayor apoyo de los estudiantes. El gobierno les ha castigado pagándoles una octava parte de su salario. Llevan tres meses así: «Nos castigan por apoyar a nuestros estudiantes», denuncia Ivan Dimitrijevic, profesor de la facultad de Sofía. El Estado insiste en que los salarios impagos solo se pagarán una vez que se hayan recuperado las clases perdidas.

En este campamento-protesta improvisado han aparecido tiendas donde abuelos ociosos juegan a ajedrez, en otro rincón se dan charlas sobre ciencia y humanidades, a lo largo de la calle apelotonan comités vecinales cada uno llegado de un barrio de Belgrado. Lucen carteles y recaudan dinero para la protesta, a la que nunca le faltan chocolatinas y refrescos. A las protestas se han unido veteranos de las guerras de los noventa.

«En el pasado ya hubo una caza de brujas contra los medios y contra las ONG, sólo les queda la universidad por controlar», señala Dimitrijevi. El presidente Vucic ha rechazado la convocatoria de elecciones, acusando a los manifestantes de planear incitar a la violencia. La policía de Serbia ha arrestado en los últimos días a varias personas acusadas de hacer «llamamientos a un cambio violento del orden constitucional». También prohibió la entrada al país, sin explicaciones, a varias personas de Croacia y a un director de teatro de Montenegro.

Horas antes de la manifestación, el partido de Vucic trasladó en autobús a decenas de sus simpatizantes a Belgrado desde otras partes del país. Se unían así a un campamento de leales a Vucic en el centro de Belgrado, donde han estado alojados en tiendas de campaña desde mediados de marzo. «La gente no debe preocuparse: el estado será defendido y los matones serán llevados ante la justicia», dijo un desafiante Vucic.

Sin embargo en el cuadro de mandos del país no paran de parpadear luces. Según informa AP, la compañía ferroviaria de Serbia detuvo el servicio de trenes debido a una supuesta amenaza de bomba: la oposición denuncia que se trató de un intento de impedir que la gente viajara a Belgrado para la manifestación. Casualidad o no, las autoridades hicieron algo similar en marzo, justo antes de lo que fue la mayor protesta antigubernamental jamás vista en el país.

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