<p>En el centro de Tokio hay un santuario dedicado a los soldados japoneses que murieron durante la Segunda Guerra Mundial, cuando <a href=»https://www.elmundo.es/internacional/japon.html» target=»_blank»><strong>Japón</strong></a> estaba bajo el manto del último emperador que mantuvo un estatus de deidad. Entre todos los nombres grabados en las paredes de este complejo sintoísta <strong>también se encuentran 14 generales que fueron juzgados como criminales de guerra</strong> y posteriormente ahorcados. Hay otros mandos militares homenajeados en este lugar de culto que, a pesar de haberse librado de la pena capital, son considerados en muchos registros como sanguinarios asesinos que ordenaron la masacre de miles de personas.</p>
Los homenajes de Tokio a los criminales de guerra que arrasaron poblaciones de países vecinos alimentan tensiones con China y Corea del Sur
En el centro de Tokio hay un santuario dedicado a los soldados japoneses que murieron durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón estaba bajo el manto del último emperador que mantuvo un estatus de deidad. Entre todos los nombres grabados en las paredes de este complejo sintoísta también se encuentran 14 generales que fueron juzgados como criminales de guerra y posteriormente ahorcados. Hay otros mandos militares homenajeados en este lugar de culto que, a pesar de haberse librado de la pena capital, son considerados en muchos registros como sanguinarios asesinos que ordenaron la masacre de miles de personas.
En China y en Corea del Sur no hace ninguna gracia que cada 15 de agosto, en el aniversario de la rendición de Japón ante los Aliados tras los bombardeos atómicos estadounidenses de Hiroshima y Nagasaki en 1945, políticos y militares japoneses visiten o envíen ofrendas al Santuario Yasukuni, símbolo del militarismo nipón que arrasó poblaciones enteras de países vecinos donde los traumas continúan muy presentes.
«El Gobierno japonés ha tolerado durante mucho tiempo el revisionismo histórico, intentando reformular la comprensión histórica pública a través de libros de texto que encubren el régimen colonial de Japón y sus guerras», señala el documentalista Tamaki Matsuoka, quien se ha pasado décadas investigando la «olvidada» masacre de Nanjing, cuando el ejército imperial japonés bombardeó esta ciudad al este de China antes de invadirla.
Los funcionarios y medios estatales chinos llevan décadas criticando que este episodio, a diferencia del ataque a Pearl Harbor o del bombardeo atómico, apenas aparece en los libros de texto de las escuelas japonesas, al igual que la guerra biológica durante la ocupación japonesa en el noreste de China, cuando los militares experimentaron con la población local patógenos letales que estaban desarrollando.
Desde Pekín demandan una disculpa pública de Tokio que nunca llegó formalmente. Lo mismo sucede en la vecina Corea del Sur, donde guardan resquemor por varias heridas del pasado que no han cicatrizado. Sobre todo por las miles de mujeres coreanas que, durante la ocupación japonesa, fueron reclutadas a la fuerza como esclavas sexuales, obligadas a prostituirse en los burdeles de Tokio y de los territorios ocupados que atendían a los soldados imperiales. Desde Seúl protestaron recientemente porque el Ministerio de Educación de Japón aprobó un libro de Historia de secundaria que negaba la existencia de las bautizadas con el eufemismo «mujeres de consuelo».
Cada 15 de agosto, mientras en Corea y China sacan a pasear las viejas heridas, en Tokio se suelen celebrar solemnes conmemoraciones. Hace cinco años, en el 75º aniversario, uno de los actos contó con la presencia del emperador Naruhito, quien expresó los «profundos remordimientos» por el pasado bélico de su país. En los discursos públicos y en medios estatales se suele omitir cualquier referencia a la rendición para centrar el foco en el día en el que la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin; el día en el que el entonces ser supremo, Hirohito, hizo algo que ningún otro emperador había hecho antes: hablar por radio.
«Si continuamos luchando, no sólo provocaremos el colapso y la destrucción total de la nación japonesa, sino que también conduciremos a la extinción total de la civilización humana», manifestó Hirohito en un discurso que estuvo a punto de no emitirse. Un grupo de jóvenes militares fracasaron en su intento por hacerse con la grabación del emperador transmitida por radio porque estaban convencidos de que la guerra todavía no estaba perdida, a pesar de que, además de la destrucción masiva en Hiroshima y Nagasaki, las fuerzas soviéticas ya habían expulsado a muchas tropas japonesas de Manchuria y habían tomado la isla norteña de Hokkaido.
«Este es el día que hemos estado esperando desde Pearl Harbor. Este es el día en que el fascismo finalmente ha muerto, como siempre supimos que sucedería«, adelantó el entonces presidente estadounidense Harry S. Truman unas horas antes del discurso por radio de Hirohito. El documento en el que se formalizó la capitulación no se firmó hasta el 2 de septiembre y, durante la siguientes semanas, las fuerzas de ocupación, lideradas por Estados Unidos, desmantelaron el ejército imperial japonés y tomaron las riendas del país.
Se permitió que el emperador Hirohito continuara en el trono, aunque sirviendo como una marioneta del general estadounidense Douglas MacArthur, quien lideraba la denominada «ocupación aliada». Decenas de militares y líderes políticos fueron juzgados por crímenes de guerra. Muchos fueron condenados y ahorcados. Otros, como el destacado dirigente Nobusuke Kishi, nunca se sentaron delante de un tribunal a pesar de su papel clave en la sangrienta invasión del norte de China.
Tras la ocupación estadounidense, el rehabilitado Kishi fue uno de los impulsores de la creación del Partido Liberal Democrático (PLD), la formación que ha gobernado Japón casi ininterrumpidamente desde la posguerra. Kishi llegó a ser primer ministro, al igual que lo fue su nieto, el popular Shinzo Abe, quien fue asesinado a tiros en 2022. Abe representaba a la facción más conservadora del PLD, de la que salió Fumio Kishida, el ex primer ministro que rompió hace tres años la tradición pacifista para aprobar un rearme histórico al elevar el gasto militar por primera vez desde la década de 1960.
Ahora, en medio de muchas turbulencias económicas y del débil liderazgo del actual primer ministro Shigeru Ishiba, en el país han despertado influyentes fuerzas de extrema derecha que están impulsando un borrado masivo de los crímenes de guerra del pasado y que anhelan el Japón que era una potencia militar y su expansión por otros rincones de Asia. Estos políticos radicales, junto con ministros del PLD y militares de las Fuerzas de Autodefensa, son los que cada 15 de agosto visitan el Santuario Yasukuni para rendir homenaje a los criminales de guerra.
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